Mis Memorias y los Mundiales: Italia 1990


Este mundial, sí lo estaba esperando, yo tenía 13 años, ya practicaba artes marciales desde hacía un par de años y ya me reventaba la trompa con los bichos del cantón cuando me gritaban “huérfana, tu tata se murió tico tico”, justamente por esa chingadera que les había agarrado a los malditos esos, fue que mi abuelito nos puso a aprender tae kwon do, nos mandaba todos los días en pick up al pueblo cercano más civilizado para que fueramos a entrenar, recuerdo cuando me dijo “no te dejés de esos hijos de puta, verguialos. Pero si venís verguiada, yo te voy a volver a verguiar” jaja esa era la luz verde que yo estaba esperando, comencé a repartir pija every day durante los dos años anteriores jaja fueron buenos tiempos.


Pero eso no duró mucho. De repente, todo volvió a cambiar justo en el momento en que yo me sentía cómoda. Cuando menos sentimos mi mamá cambió su forma de ser tan divertida y buenísima onda y debuta en nuestras vidas de adolescente con mano dura y al poco tiempo ya estaba dando órdenes en un hogar donde siempre había sido patriarcado y al único ser que se le obedecía sin objeción alguna era a papa Tigre, mi abuelo Benedicto. Nunca he podido entender porqué cambió radicalmente y porqué mi abuelo nunca dijo nada.


Comencé a ver que mi mamá ya no le obedecía a él y comenzó a imponerse en la casa, fue entonces que comenzó la etapa de las prohibiciones. Lo extraño es que mi abuelito no le decía nada por sus insolencias cuando que nosotras sus nietas nunca le respondimos mal a él y hasta el sol de hoy me jacto de decir que yo nunca le he levantado la voz a mis abuelos y que nunca les he desobedecido por más estúpida que haya sido la orden.


Mi madre quiso tomar el control de nosotras después de muchos años bajo el mando de nuestro abuelo. Ella comenzó a quitarnos las libertades que los abuelos nos permitían.


Estas fueron algunas de las nuevas leyes:


Prohibido jugar en la calle, prohibido jugar con varones, prohibido jugar con niñas, chapaliar en un charco, usar honda y hondilla, prohibido comer cebolla, prohibido comer mariscos, jamás crema en la mesa, nunca espagueti solo porque a ella no le gustaban, no podíamos ponernos pantalones, fuimos obligadas a usar unos enormes vestidos que topaban hasta el tobillo, cero aretes, cero collares, adiós fijadores de cabello, adiós a mis botas de hule todo terreno y a los tenis, mi má nos obligó a vestirnos con zapatos cerrados de la marca Belinda (mierdas usadas por las viejitas resadoras), jamás decir que no a algo aunque no te gustara. Nunca pedir que nos compraran ropa, de castigo ella nos compraba ropa de segunda mano pero eso sí, se aseguraba que fuera la ropa más fea.


Nunca volvieron a haber estrenos en navidad, no podíamos comer dulces, ni pedir que nos compraran golosinas, no podíamos ver televisión, ni tomar gaseosas, si nos enfermábamos no nos llevaría el médico sino que debíamos rezarle al buen Dios para que se apiadara de nuestra enfermedad y nos curara, mamá decía “resá con eso se te va a quitar”, recuerdo que me enfermé de bronquitis y ella no me llevó a pasar consulta ni dios me curó, yo casi me ahogaba por las noches y me decía que mejor rezara, hasta que un día mi abuelito, a espaldas de mi madre, me llevó al doctor, me recetaron medicina y con eso me curé.


Lo bueno es que nos dejó ver algunos partidos del mundial jaja El pibe Valderrama era mi favorito.


Por lo único que nadie me jodía era para que estudiara, porque yo siempre salía bien en las calificaciones, tenía suerte y me acordaba de todo a la hora de los exámenes, nunca me esforcé para salir bien. Comencé a escribir mis primeros poemas, eran depresivos, tristes y suicidas. Comencé a llevar un diario de mi vida, ella lo descubrió y quemó mi diario y mis primeros poemas.


En un libro de historia propiedad de mi abuelo encontré alfabetos de lenguas muertas, el fenicio me gustó y lo adopté para crear una clave y escribir sin que nadie me comprendiera.


Teníamos nuevas obligaciones:


Rezar de memoria el rosario, ir a visitar la iglesia y al Santísimo Sacramento del Altar todos los putos días a las 4 pm, pedirle perdón a dios por todos nuestros pecados, confesarnos con el cura todos los domingos y por supuesto decirle al cura que mi pecado más grave era mi Ira y mi orgullo.


Mi mamá ejercía mucha presión y nos castigaba a mi hermana y a mí todos los días a las 7 de la noche con o sin motivo. en otras ocasiones, ella aprovechaba cuando mis abuelitos no estaban en casa para darnos riata con una correa para caballos, húmeda y untada de sal. Luego me hincaba sobre maíz para obligarme a pedirle perdón a Dios por mis pecados jaja. ¿Qué pecado podría tener una par de niñas de 12 y 13 años? Si mi único pecado era agarrarme a los golpes con los bichos de la cuadra, así me desquitaba la gran cólera que sentía. Y el pecado de mi hermana era que todo se lo callaba y nunca me ponía el dedo cuando hacía mis relajos.


Y yo tan irreverente como siempre, sentía un gran rechazo por el concepto de Dios que mi mamá nos estaba fomentando, ella nunca supo darle un enfoque de “Dios de amor”, siempre decía “Nuestro Señor las va a castigar”, “las prefiero inválidas en el cielo y no enteritas en el infierno”, “las prefiero cutas pero en la gracia de Dios”, “no quiero que tengan novio, sino Dios les va a quitar la vida”.


Mi pobre madre parecía sacada de un episodio medieval en el marco de la inquisición.


Entonces yo me llené de un gran rencor hacia ese concepto de Dios, el dios malo que castiga a un par de niñas y que obliga a que le pidan perdón por defenderse de los agresores y nunca pude aceptar ese dios y quizás a ningún otro dios, ni Dios, ni dioses, ni nada.


Cuando televisaron el mundial, ya no llegaron los amigos de mi abuelo, ya no hubieron bocadillos durante los partidos, estábamos más pobres que nunca, ya mamá Manchita, nuestra nana, no llegaba todos los días sino de vez en cuando, tío Beto llegaba esporádicamente, mis amiguitos ya no llegaban ni mis amiguitas, mi abuelito ya no era Rosacruz sino católico, mi abuelita estaba aún más triste, mi hermana estaba deprimida y yo pensaba que un buen día me iría lejos y no volvería, pasaron más de 15 años para que yo me pudiera ir definitivamente del mando de mamá.


Aun extraño el tiempo en que jugábamos con mamá, era buena, linda, amistosa, dulce, me enseñaba los mejores trucos matemáticos, me enseñó a jugar ajedrez, un buen día de ese año, ella cambió, y aún me pregunto ¿porqué? Quiero que me regresen a mi mamita linda, no se quién la cambió de embase.


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